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COLOR CODE

- Sobre la pintura y la fotografía de Oscar Lozano -

 

Resultado de una larga investigación cromática, la obra de Oscar Lozano ha emprendido un riesgoso camino por el campo de la investigación del color. Dedicado desde hace años a este tema, los resultados de un cuidadoso trabajo casi de filigrana, minucioso como pocos, arrojan resultados de inusual potencia visual. El riesgo consiste en pisar las mismas huellas de quienes le antecedieron. Lo difícil era lo que ha hecho: caminar junto a ellas con su propia voz y sus propias palabras.

El enorme atractivo de su trabajo no radica ni en la espectacularidad ni en lo estridente. El espectador está obligado a dedicarle tiempo a cada una de las piezas. No se trata sólo del tiempo real en el que nos detenemos frente a una obra expuesta, sino del vital, del que nos acompaña interiormente. Pasear nuestra mirada sobre sus piezas es aprender a hacer una lectura diferente.

Los ritmos cromáticos, las repeticiones, la obsesiva y necesaria linealidad hacen que poco a poco descubramos un cambio aquí, una semejanza allá, una forma que da balance más allá y todo resulta en un conjunto sólido. En música, los cromatismos son el testimonio de un cambio de nota a otra, vía los semitonos, es decir, utilizando todas las notas intermedias.

El trabajo de Lozano hace un largo viaje en este sentido. La multiplicidad de colores que existen entre una y otra zona dentro de cada pieza, conforman un paisaje idílico donde se asume que aquellos momentos cuidadosamente colocados estratégicamente, son los que darán el carácter a cada una de las telas.

Sería imposible no atender el trabajo de Oscar Lozano asumiendo que su formación es de arquitecto. Es por ello quizá que muchas de sus piezas nos remiten a las enormes fachadas de edificios, especialmente los llamados Multifamiliares de los años cincuenta que salieron de la mano de Mario Pani. En ellos, un rítmico juego de oquedades y salientes, de entrepisos y balconería daban un carácter monumental a piezas que en realidad eran, como en la obra de Lozano, enormes y titánicos trabajos hechos de cuidadosos detalles que, al unirse de manera seriada, generaban los conglomerados visuales a los que me refiero.

Ya se ha investigado en esta ruta desde la visualidad. Vicente Rojo con su serie “México bajo la lluvia” incidió en las maneras exhaustivas de agotar cuanta posibilidad cromática estuviese a mano. Pintando rigurosas líneas que viajaban transversalmente dentro del cuadro, unió pequeños objetos, papeles plegados, palitos de paleta, círculos, para hacer en un espacio bidimensional la propuesta casi voluminizada de una urbe que él leyó de esa manera.

Laureana Toledo se plantó 24 horas con una cámara de video frente un multifamiliar y lo filmó durante todo el día. La luz pasea por los rincones de cada ventana, esconde o delata la arquitectura representativa de una época hasta que llega la noche y los colores comienzan a ser sustituidos por focos que prenden y apagan haciendo una rítmica, involuntaria danza lumínica que al final nos deja con una manera diferente de leer el espacio urbano.

Melanie Smith en cambio ha radicalizado su mirada traduciendo el paisaje urbano en tramas cromáticas. Líneas de color conviven con fotografías aéreas de tramas urbanas y ese nuevo, extraño otorgamiento de color, es como si revistiese un espacio que parecía ya no tener más posibilidades expresivas. La obra de Oscar Lozano se integra de manera fluida a este grupo de importantes creadores que se han aproximado al espacio urbano desde la visualidad. Leer el entorno no es remedarle, sino aportar en esas lecturas nuevos códigos para desentrañarla en una primera etapa y apropiársela en una segunda.

De ahí que su trabajo fotográfico tenga íntima relación con la decantación cromática que hace en su pintura. Como si obsesivamente quitase y agregase, mutilase y volviese a complementar, estas fotografías son testimonio de una arquitectura singular que, no obstante estar al alcance de nuestra mirada, regularmente pasa desapercibida.

Se necesitaba la mirada inquisidora de un arquitecto para literalmente sacar del paisaje estas estructuras ocultas en un llano o en un terreno abandonado. El trabajo de reconstrucción va desde la anulación del espacio que las circunda hasta la saturación de los colores para hacer más vívida la imagen.

Al observar con detalle, caemos en la cuenta que estamos ante una arquitectura utópica. Se han retirado cuidadosa y estratégicamente algunas secciones claves del esqueletaje complementario de los edificios u objetos. La casa verde ha sido intervenida en sus barandales de tal suerte que estos, pese a estar ahí simbólicamente, han dejado de cumplir una función más allá de lo referencial.

La parte alta de una portería ha sido visualmente mutilada y permanecen en ella las referencias de ella misma antes de esa alteración. Ahora vemos el paisaje detrás de lo que antes estaba ahí tal y como si Oscar Lozano hubiese detectado la necesidad de regresar el espacio de visibilidad a una naturaleza que llegó mucho antes de que se plantasen espacios deportivos, casas para trabajadores, bodegas, calles, edificios, casas; una ciudad.

Una sencilla construcción blanca sobre una discreta colina ha recibido una intervención en una de sus columnas de soporte. En pie aún, permanece como testimonio de la arquitectura posible, es decir aquella que se dibuja desde la virtualidad, aunque nos remita de manera radical a un escenario tangible.

Es por ello que aunque pareciera que existe una enorme distancia formal entre la pintura y la fotografía de este autor, la íntima relación que las eslabona estriba en la adecuación (y relectura, recodificación), de un entorno cada vez más urgido de recibir nuevas y más actuales miradas. Ellas generan también acercamientos desde otros ángulos. Tangencialmente ponemos los ojos frente a una tela de Lozano y podemos entender que ese es justamente el espacio posible, la zona de confort decodificada a la que se puede acceder desde el conocimiento de lo urbano.

Color Code (Código de color), no significa solamente una referencia de cromatismos precisos, ni tampoco, aunque haga referencia a ellos, se trata de una paleta engrapada en el catálogo de Pantone de la que se escogerán los tonos para una fachada o la portada de un libro. El título es más ambicioso que eso y refiere indudablemente a una nueva propuesta cromática, codificada en su pintura y a la vez decodificada como obra plástica. Esta doble vertiente de su trabajo le otorga la virtud de ser referencial a lo urbano y de manera simultánea también a sí misma. La principal referencia de esta obra es la obra. Ella es autónoma aunque puedan desprenderse narrativas que se apropien de su contenido referencial.

El ansia clasificatoria llega tan lejos como podría hacerlo nuestra mirada. Por ello otorgar códigos, números, claves para quedar mirando, guiños escondidos no es necesario en una vastedad pictórica como la que nos presenta Lozano. Cada pieza, no obstante su parquedad para titularlas, es altamente expresiva en su delicado contenido. Basta mirar, mirar, seguir mirando. Ellas van revelándose poco a poco, sencillamente, sin pretensiones y con el mismo reposo con el fueron hechas.

 

Santiago Espinosa de los Monteros

Mayo 2011

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